Por Atilio Borón
Acabo de leer una muy interesante nota de Peter Koenig sobre
el renacimiento y exasperación de la barbarie en los últimos tiempos. Y digo
exasperación porque aquella tuvo una presencia constante en la historia, pero
bajo el capitalismo adquirió nuevas y más brutales formas.
Estados
Unidos es sin dudas la patria de la barbarie. Su condición de mayor terrorista
del planeta la alcanzó en agosto de 1945 cuando arrojó sobre dos ciudades
indefensas del Japón sendas bombas atómicas que convirtieron en cenizas -o
condenaron a una horrorosa muerte lenta- a varios centenares de miles de sus
habitantes. Nadie nunca, ni antes ni después, llegó a perpetrar atrocidad
semejante. Sin llegar a tan luctuosos límites en tiempos recientes la barbarie
fue repotenciada por el gobierno de Donald Trump, un hampón de cuarta cuyos
códigos morales no son mejores que los de Al Capone o Frank Nitti. Es más, me
atrevería a decir que éstos poseían un mafioso sentido del honor y del respeto
a la palabra empeñada que el magnate neoyorquino carece por completo.

En sucesivas
conferencias de prensa el Secretario de Estado Mike Pompeo, otro mentiroso serial,
desmintió lo declarado por el premier Iraquí. Lo mismo hizo la Casa Blanca,
pero la credibilidad de estos hampones es nula. Pero toda la maquinaria
propagandística de Estados Unidos se puso al servicio de las mentiras oficiales
y Suleimani, que gozaba de inmunidad diplomática, fue presentado como un feroz
terrorista que había sido “eliminado” porque tenía planeado atentar contra
varias embajadas de Estados Unidos, cosa que días después desmintió el propio
Secretario de Defensa de Trump. Pese a tantas mentiras se ha ido sedimentando
en los sectores de la opinión pública atentos a este tipo de noticias (una
minoría, desgraciadamente) la convicción de que lo ocurrido en Bagdad fue un
vil asesinato que trató de justificarse estigmatizando a la víctima como
terrorista.
No contento con esta criminal violación de la
legalidad internacional y de las propias leyes de Estados Unidos, Trump ordenó
que se le negara a Mohammad Javad Zarif, Ministro de Asuntos Extranjero de
Irán, la visa de entrada para informar de lo ocurrido ante el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas en Nueva York. O sea, cero debate, cero
información: basta con la versión del imperio, reproducida impúdicamente por la
prensa hegemónica. Esto constituye una violación de la Carta de las Naciones
Unidas, firmada por Estados Unidos en 1947, que garantiza a los representantes
de países extranjeros el irrestricto acceso a la sede de las Naciones Unidas.
Para su imborrable deshonra el portugués António Guterres, Secretario General
de Naciones la ONU, guardó cómplice silencio ante el asesinato de Suleimani y
también frente al ilegal veto a la llegada del ministro iraní. El hombre se
preocupa por su chequera y nada más. Cobra su sueldo y no ve, no escucha, no
habla. Esta es la clase de funcionarios internacionales que Estados Unidos
necesita para administrar su imperio sin preguntas incómodas.
Lo anterior
confirma lo que muchos venimos diciendo acerca de la ineptitud de las Naciones
Unidas para garantizar la paz y la legalidad internacionales. Muchas voces se
han elevado, sobre todo en países periféricos, exigiendo una reforma de esa
organización. Pero Koenig da un paso más y se pregunta si no ha llegado la hora
en que una votación de la Asamblea General expulse a Estados Unidos de las
Naciones Unidas por reiteradas violaciones de la Carta de la Organización y sus
resoluciones fundamentales (entre ellas las que exigen poner fin al bloqueo a
Cuba o que Israel, cuyo gobierno es compinche de Washington, se retire de los
territorios ocupados). Tendríamos, dice nuestro autor, “una ONU renovada,
liberada de la abultada burocracia que la paraliza y mucho más eficiente para
salvaguardar la paz en el mundo.” Además hay montones de países que han sido
invadidos, amenazados, sancionados por Estados Unidos y “muchos de ellos
también tienen drones y dominan la tecnología de disparos de precisión.”
Se trata de
un planteo audaz, extravagante, pero que merece ser pensado. Muchos intereses
económicos se opondrían a esta movida, reconoce Koenig, pero en el mundo actual
EE.UU. ya no es el único que puede ofrecer interesantes oportunidades de
negocios. China, India, Rusia, numerosos países asiáticos y algunos otros en
África y Latinoamérica podrían redefinir un nuevo entramado de la economía
mundial sin la presencia prepotente de los norteamericanos. “Aislemos a los
bárbaros de Washington y dejémoslos que se pudran en su inmundo pantano”, dice
Koenig. Proyecto que hoy suena como una ingenua utopía. Pero, ¿quién podría
asegurar que ante la indisimulable decadencia del poderío de EE.UU. aquella
propuesta está eternamente condenada a ser irrealizable? Sobre todo si se
recuerdan estas proféticas palabras de Oscar Wilde cuando sentenció que
“Estados Unidos es el único país que pasó de la barbarie a la decadencia
salteándose la civilización.” Y su decadencia podría dar nacimiento a otra
Naciones Unidas. ¿Por qué no?