7 de abril de 2020

EL ODIO DESTRUYE TODO LO HUMANO DEL ODIADOR

Por Jorge Rachid

El odio tiene como único objetivo, a la vez que inalcanzable, la eliminación del “otro”, ese otro que a su vez lo justifica, lo moviliza, lo identifica y le permite, por el sólo hecho de existir, justificar su vida.

El odio motoriza la confrontación con el “otro”, porque es su forma de alcanzar su una imagen espejada de sus propias frustraciones, es el encuentro de una causa histórica en la cual basar su vida, que de no existir, visualizaría la incapacidad del odiador de ser.

El odio se basa en la destrucción del “otro” a través de la denigración, la humillación, la muerte o la desaparición, aunque siempre aparecerá un “otro”, sobre el cual descargar sus propios objetos del deseo, que es vivir parásitamente de la existencia de ese otro omnipresente en su vida, sin el cual, sería la nada misma, un vacio de humanidad desperdiciada.

Ese odio no surge espontáneamente, ni es producto de conflictos mentales, es simplemente manipulación colonizadora, que obedece a la necesidad de sumisión de los pueblos, para lo cual es necesario generar el Caos, que sólo se moviliza a través del odio, para justificar las claudicaciones de objetivos nacionales, identificando al “otro” como el responsable de todos los males.

El odio es la herramienta de la dependencia nacional, que además destruye los sueños compartidos de quienes lo ejercen, que comienzan a transitar una vida, siempre inconclusa de acabar con el “otro”. De ahí sólo un paso para el racismo militante contra todo lo ajeno, la persecución religiosa o étnica, la discriminación y el ejercicio de una supuesta supremacía, de quienes lo enarbolan como verdad absoluta, indiscutible, totalizadora de un mundo sin “otros” que impidan una realización que nunca existirá, porque no acumula sueños ni utopías a realizar, porque han sido colonizados. 

El odio vacía a quien lo ejerce, lo domina, le impide pensar y razonar, sólo lo debe expresar de manera volcánica y explosiva, debe hacerlo conocer y ejercerlo con autoridad, persiguiendo un solo objetivo, la eliminación del “otro”. Por eso el odiador no admite reflexiones racionales, ni estadísticas que desmientan sus propias convicciones, fortaleciendo ese pensamiento binario y primitivo, que todo los reduce a la otra existencia, que impide su propio ser. 

El odio no enamora, sólo contagia, suma efecto manada a la violencia ejercida, a las convicciones manipuladas, repite sin pensar, ejerce sin límites, estimula la violencia irracional, porque no es sino la expresa en forma contundente, visible, para que los demás por escarmiento o miedo, sepan de su presencia. Al odio adhieren los especuladores comunicacionales por prebendas del colonizador, los pusilánimes y cobardes, los mediocres y débiles, que sólo se reencuentran en grupo, porque diluyen su presencia inacabada y frágil, adquiriendo una personalidad prestada por la masa informe de la violencia ya sea verbal o física.

De ahí la imposibilidad de ejercer la reflexión profunda con el odiador, de convencerlo de verdades ajenas a su propia mirada, ya colonizada y dogmatizada, que los automatiza y conduce, hacia conductas sólo dirigidas a la destrucción del “otro”. El odio nunca construye, sólo enfrenta lo ajeno, intenta su eliminación porque es responsable de su frustración, no admite la manipulación porque es su cédula de identidad, que sólo se adquiere desde ese lugar, desde el que le otorga la cultura dominante del colonizador, que le impone desde las palabras hasta los ejes políticos de su accionar, convirtiéndolo en un títere de sus objetivos estratégicos.

Esta descripción que podría ampliarse, explica desde las guerras a la destrucción de ciudades, desde la demonización de grupos étnicos a la persecución de inmigrantes, desde el saqueo de los recursos naturales de países hasta las intervenciones armadas, desde declarar enemigos a los Mapuches hasta pedir al eliminación de peronistas, marxistas, homsexuales, personas trans o cualquier otro diferente, siempre el odio justificado en supuestos valores que los odiadores no poseen. 

El ejemplo más claro son los cristianos que odian, desconociendo los evangelios, o los practicantes de otras religiones odiando al “otro”, en sentido contrario a todas las escrituras. Ni la Torah, ni la Biblia, ni el Corán propician el odio, sin embargo en función de esas identidades se ejercen violencias de lesa humanidad, que se naturalizan a los largo del tiempo, siendo miradas en forma complaciente por los pueblos. Eso se llama colonización y sólo se consigue con el ejercicio pleno del odio, que sigue al Caos provocado.

El amor por lo contrario construye y es parte de la incitación al odio de los odiadores, porque el amor cobija y resuelve, adhiere comunidades por solidaridad que en el tiempo se transforma en cultura compartida, que fortalece con amor al pueblo y a la Patria como un destino común, aislando a los odiadores que es una forma de rechazar la colonización cultural, económica y política de quienes siembran el odio. El amor siempre vence al odio, porque los seres humanos somos proclives a querernos antes que a odiarnos y sabemos, quienes aún podemos razonar que el odio barre la poca humanidad que queda en los odiadores y los amputa sentimental y afectivamente de por vida.

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