Por Mercedes Gamarra
Después de tanto tiempo creo que uno debe sincerarse: Yo soy docente porque me gusta la plata. Acá no se trata de vocación o un sentido de entrega por el otro, sino del simple materialismo. Trabajando para el Estado, en este seudocircuito tipo Wall Street, me he dado cuenta que pocas profesiones son tan lucrativas como la docencia. Ella me ha permitido descubrir lugares maravillosos, ya sea en lujosos colectivos o ecológicos calzados, practicar turismo aventura a la vera de las rutas o en caminos perdidos de pueblos fantasmas. Logré, en pocos años, aumentar mi capital ya que el ministerio se encarga de retener, concientizándonos de los beneficios de los plazos fijos, nuestro sueldo dos meses hasta entregárnoslo con sublime generosidad.
Ni mencionar que la idea de los paros me beneficia enormemente ya que le agrego más días a mis tres meses de vacaciones. De paso puedo planificar estrategias de coherencia y cohesión mientras leo los comentarios de todos aquellos que tan bien opinan sobre nuestra labor.
A veces tirada en mi sillón masajeador pienso en mi poco sentido de humanidad, ¿qué clase de ser humano le quita el sagrado derecho a esta generación de formarse a través de la educación como, quizá, los futuros líderes sociales que salvarán, la sociedad, el mundo, el planeta entero? Obvio, ¡YO!
Así que teniendo clara mi visión, me limo las uñas y organizo lo que haré con todo ese dinero que cobraré luego de las medidas de fuerza. Nada de libros, ni materiales para mejorar mis clases, ni hablemos de cursos para sumar puntos en el escalafón y conseguir estabilidad laboral, ¿para qué la quiero? ¿No es más divertido trabajar años sabiendo que te pueden sacar en cualquier momento sin una indemnización? Tal vez deba comprarme un colchón para guardarlo todo o una limusina con chofer de guantes blancos.
No tengo ganas de laburar, soy una vaga atorrante que aguanta a unos cuantos pibes sólo por el placer de investigar de qué manera funciona el cerebro después de encontrarse con el cálido, educado y participativo grupo clase. Y les aclaro: TRABAJO MENOS DE CUATRO HORAS, no quiero que digan por ahí que ando desaprovechando los recreos. ¡Basta ya de creer que uno corrige hasta el agotamiento o pasa fines de semana con cosas de la escuela! ¡Tengo una vida! Los paseos por la city, los cines, las obras de teatro, los viajes al exterior. Perdón... con todo no puedo.
Entonces, para todos ustedes que me sacaron la ficha y vieron con certera clarividencia la verdadera cara de una docente (o sea yo) les digo: siéntanse satisfechos, otra vez lo han conseguido. Su juicio fue el correcto y nunca estuvieron equivocados con respecto a mí. Ahora bien, si saben que soy docente sólo porque me gusta la plata, ¿por qué razón siguen con esta ingenua idea de mandarme a sus hijos para que los eduque, cuide, instruya y fomente valores éticos o morales? Vaya uno a saber quien sigue con la máscara puesta.
Profesora Inés Crupulozza
Ni mencionar que la idea de los paros me beneficia enormemente ya que le agrego más días a mis tres meses de vacaciones. De paso puedo planificar estrategias de coherencia y cohesión mientras leo los comentarios de todos aquellos que tan bien opinan sobre nuestra labor.
A veces tirada en mi sillón masajeador pienso en mi poco sentido de humanidad, ¿qué clase de ser humano le quita el sagrado derecho a esta generación de formarse a través de la educación como, quizá, los futuros líderes sociales que salvarán, la sociedad, el mundo, el planeta entero? Obvio, ¡YO!
Así que teniendo clara mi visión, me limo las uñas y organizo lo que haré con todo ese dinero que cobraré luego de las medidas de fuerza. Nada de libros, ni materiales para mejorar mis clases, ni hablemos de cursos para sumar puntos en el escalafón y conseguir estabilidad laboral, ¿para qué la quiero? ¿No es más divertido trabajar años sabiendo que te pueden sacar en cualquier momento sin una indemnización? Tal vez deba comprarme un colchón para guardarlo todo o una limusina con chofer de guantes blancos.
No tengo ganas de laburar, soy una vaga atorrante que aguanta a unos cuantos pibes sólo por el placer de investigar de qué manera funciona el cerebro después de encontrarse con el cálido, educado y participativo grupo clase. Y les aclaro: TRABAJO MENOS DE CUATRO HORAS, no quiero que digan por ahí que ando desaprovechando los recreos. ¡Basta ya de creer que uno corrige hasta el agotamiento o pasa fines de semana con cosas de la escuela! ¡Tengo una vida! Los paseos por la city, los cines, las obras de teatro, los viajes al exterior. Perdón... con todo no puedo.
Entonces, para todos ustedes que me sacaron la ficha y vieron con certera clarividencia la verdadera cara de una docente (o sea yo) les digo: siéntanse satisfechos, otra vez lo han conseguido. Su juicio fue el correcto y nunca estuvieron equivocados con respecto a mí. Ahora bien, si saben que soy docente sólo porque me gusta la plata, ¿por qué razón siguen con esta ingenua idea de mandarme a sus hijos para que los eduque, cuide, instruya y fomente valores éticos o morales? Vaya uno a saber quien sigue con la máscara puesta.
Profesora Inés Crupulozza