16 de noviembre de 2015

CERRAR Y ABRIR LOS OJOS

Por Miguel Angel Gonzalez

Cierro los ojos. 22 N, casi madrugada del 23 N. Baila Mauricio, baila, entre globos amarillos, para la cadena nacional de la que nadie se queja. Lo veo bailar. No lo veo, pero adivino el desayuno festivo en las sedes de las multinacionales. Imagino la euforia de los mercados. Supongo que Griesa rejuvenecerá unos años. Paul Singer ya estará mirando a qué otra víctima elegir porque con Argentina su gozo ya pasó, tiene asegurados los ojos del país que se va a deglutir. Me parece ver por acá y por allá a algún empresario pyme que creerá que ahora le irá mejor, ya no habrá paritarias ni aumentos de sueldos automáticos para los "recursos humanos" que nunca le importaron demasiado. Los otros, los pymes de verdad, ya estarán agarrándose la cabeza. En el Partido Republicano no habrá festejos: ni saben dónde está Argentina ni quién es el lacayo de turno. Habrá fuegos artificiales y muchos brindis en los alrededores del Pabellón José Alfredo Martínez de Hoz, en la Sociedad Rural Argentina de Palermo.
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Abro los ojos. Es la semana previa al 22N. Soy Miguel, hijo de Alejandro, obrero de 42 años de servicio en la industria frigorífica. Murió el 11 de setiembre de 2002, un Día del Maestro, habiendo sufrido la amputación de sus dos piernas. En los últimos 11 penosos meses de su vida el PAMI no brindó servicios. No, no es que no le cubría su enfermedad: el PAMI había dejado de existir. Entre sus liquidadores estaba un tal....sí, un tal Rodríguez Larreta, quien ahora me habla desde la tele quejándose del "estilo agresivo" del candidato oficialista. Caradura..... Soy Miguel, hijo de Gladys, que murió de cáncer a los 54 años, en 1983. Murió sin ver la vuelta a la democracia. Sin poder elegir al gobierno que le hubiera gustado tener. Murió sin soñar que las amas de casa, de nuestra casa, la de los González, podría algún día tener una jubilación digna.
Tengo los ojos abiertos. Soy hijo de trabajadores. Hermano de trabajadores. Padre de hijos para los que deseo un buen trabajo. Primo de trabajadores. Sobrino de trabajadores. Tío de trabajadores. Esposo de una trabajadora. No hay en mi árbol genealógico ni financistas, ni empresarios, ni profesionales, ni nuevos ricos, ni viejos ricos. Aprendí a leer en la escuela pública. Me hice adulto en la escuela pública. Buceé en los misterios de la historia cursando el Profesorado en un instituto público. Me gané la vida como metalúrgico, como gastronómico (sirviendo mesas, no sólo comiendo) como periodista. Laburé, desde los 16 años, para pagarme el viaje de egresados, para vestirme, para ayudar a la familia, para mantener mi familia. Alguna vez me torcieron el lomo a fuerza de humillaciones y desgracias. Nunca más me volverá a pasar.
Sí, tengo los ojos abiertos. Cuando cierro los ojos puedo imaginar quienes festejarían. Cuando los abro veo quiénes me rodean. Miro mi vida, mis afectos, mi historia, mi cuna, mi infancia, mi futuro. No, no puedo traicionarme. No puedo hacer la plancha, dejar que todo fluya y que sea lo que Dios quiera. No. Si puedo hacer algo, si puedo connvencer a alguien que para allá está el precipicio y para acá está la esperanza, algo tengo que hacer. Y lo digo. Lo grito. Aunque moleste.
‪#‎NOAMACRI‬

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