por Alejandro Ippolito
MUCHOS CONOCIDOS PIENSAN ESTO:
Ojalá nuestro problema fuera Macri. Ojalá nuestro problema fuera sólo Macri. Si fuera sólo Macri no sería un problema.
El problema es mucho mayor, el problema es esa purulenta sustancia social que nos inunda, nos recorre, nos transita. Esa marea con reminiscencias de Riachuelo que se expresa por medio de la ofensa apresurada, la declaración irresponsable, la generalización idiota, la estigmatización oportuna que maquilla sus miserias.
Esa estigmatización es muy necesaria para no sentirse tan poca cosa
frente a la desgracia de los otros, cuando se les escapa una sonrisa de
abrumadora satisfacción ante un despido, un acto represivo o una muerte.
Esa mugre social necesita de la palabra redentora, el maná de los perversos, el nombre que se le da a lo innombrable para poder despedazarlo sin culpas.
Porque queda feo decir que está muy bien que dejen a miles de personas en la calle, gente de la que no saben nada en absoluto, gente a la que odian íntimamente porque les han indicado que son el enemigo. Queda feo sentirse a salvo mientras otros se ahogan, resulta desagradable para los portadores de un veneno desbordante ser observados como insensibles, desaprensivos, intolerantes, deshumanizados.
Por eso buscan en los mágicos parlantes del medio omnipresente y todopoderoso esa palabra que les moje los labios y les refresque el asco.
"Ñoquis, choriplaneros, mantenidos, vagos, grasas"... no importa, todo sirve. El alivio llega cuando se repite esa palabra como una contraseña cada vez que alguien más se queda en la calle, cada vez que le tatúan la espalda a balazos a alguna compañera, cuando echan a palazos a cualquier laburante que no tiene forma de llevar el pan a su casa.
De forma muy educada, con absurdos buenos modos, con sobreactuado aplomo y modales muy británicos; así se observan a sí mismos los buitres internos, los que nuestra tierra ha parido entre sus pobres escombros y ahora picotean el suelo que los sostiene y lastiman con sus garras la tierra que los alimenta.
Ojalá fuera sólo Macri, ojalá Macri fuera un imbécil solitario, una sombra triste, desdibujado reflejo de una pesadilla.
Ojalá solo fuera Macri.
Esa mugre social necesita de la palabra redentora, el maná de los perversos, el nombre que se le da a lo innombrable para poder despedazarlo sin culpas.
Porque queda feo decir que está muy bien que dejen a miles de personas en la calle, gente de la que no saben nada en absoluto, gente a la que odian íntimamente porque les han indicado que son el enemigo. Queda feo sentirse a salvo mientras otros se ahogan, resulta desagradable para los portadores de un veneno desbordante ser observados como insensibles, desaprensivos, intolerantes, deshumanizados.
Por eso buscan en los mágicos parlantes del medio omnipresente y todopoderoso esa palabra que les moje los labios y les refresque el asco.
"Ñoquis, choriplaneros, mantenidos, vagos, grasas"... no importa, todo sirve. El alivio llega cuando se repite esa palabra como una contraseña cada vez que alguien más se queda en la calle, cada vez que le tatúan la espalda a balazos a alguna compañera, cuando echan a palazos a cualquier laburante que no tiene forma de llevar el pan a su casa.
De forma muy educada, con absurdos buenos modos, con sobreactuado aplomo y modales muy británicos; así se observan a sí mismos los buitres internos, los que nuestra tierra ha parido entre sus pobres escombros y ahora picotean el suelo que los sostiene y lastiman con sus garras la tierra que los alimenta.
Ojalá fuera sólo Macri, ojalá Macri fuera un imbécil solitario, una sombra triste, desdibujado reflejo de una pesadilla.
Ojalá solo fuera Macri.
