Por Gerardo Fernández
En la maraña de acontecimientos dudosos, las usinas de Clarín y La
Nación salen a buscar a ese ejemplar único e irrepetible que ellos
mismos han formateado en las últimas décadas y que tiene como precisa y
certera denominación científica: “el pelotudo argentino”, que no se
parece en nada a los pelotudos de países limítrofes. El pelotudo
argentino es nuestro, como el dulce de leche y el Torino, con rasgos
propios, únicos e irrepetibles. Es ese nabo que se cree siempre un capo,
un piola, uno que se las sabe todas y en realidad no sabe absolutamente
nada. Valga aclarar a efectos de evitar confusiones que no hay que
confundirlo con el jodido. El jodido sabe, procede con conocimiento de
causa, básicamente se mueve como un depredador en la jungla buscando
siempre su propia conveniencia. El pelotudo, en cambio, es un perdedor
estratégico, un tactista que va cazando las sobras que los de arriba le
dejan pero se cree más vivo que ellos.
El pelotudo argentino no mira televisión, la acata.
Es ese pelotudo que pone el grito en el cielo y llama a Magdalena si le
vienen 15 pesos de aumento en la factura del gas y de verdad cree que lo
están choreando, pero cuando las empresas de celulares, las prepagas,
los colegios pri-va-dos y las proveedoras de cable lo empernan con
arandela y todo automáticamente, por default razona que son
“reacomodamientos propios del mercado”.
El pelotudo argentino viene desprovisto de fábrica de todas las
ideologías que ponen el acento en lo nacional y priorizan el interés del
país al que pertenece. Para él sólo tienen valor los intereses
nacionales de los países de origen de las empresas que vienen a hacer
negocios acá. El pelotudo argentino está convencido de que “siempre fue
así” aunque nunca pueda probar absolutamente nada de lo que repite
tontamente. Está fatalmente convencido que “este país no tiene salida” y
que por eso hay que hacer la propia, ¿vistes? El pelotudo
argentino cree que siempre los ricos fueron ricos y los pobres fueron
pobres, no contempla la posibilidad de que algo pueda cambiar y cree que
los que lo intentan son unos pelotudos.
Vino al mundo a ser un eslabón más en la cadena de reproducción del
capitalismo dependiente y nunca se le pasó por la cabeza cuestionar nada
de lo pre establecido. Y si le proponés ejemplos del funcionamiento del
capitalismo central para incorporar acá te discute que son medidas
comunistas. El problema del pelotudo argentino es su obcecación en
defender las condiciones estructurales que determinaron que sea tan pero
tan pelotudo. Es el típico gil a cuadros que defiende a Biolcati y a
Clarín y cree que el Golcito que a duras penas está pagando en cuotas se
lo debe a ellos y no a los pelotudos que como él generan con su trabajo
la riqueza de los poderosos.
El pelotudo argentino ni siquiera tiene méritos propios en su
pronunciado nivel de pelotudez. Es todo un logro argentino, lo hicieron
enterito acá los que siempre tuvieron claro que la mejor defensa de sus
intereses es que haya un ejército de pelotudos que estén convencidos de
que nada debe cambiar.
El pelotudo argentino no discute de política porque “ni él va a cambiar
tu forma de pensar ni vos se la vas a modificar a él”. No viene
programado para rebelarse pero sí está formateado para ponerse del lado
de los ricos toda vez que se intente sacarles algo. El pelotudo
argentino de pueblo chico, por ejemplo, es de meterse en comisiones
junto a los capangas del lugar para compartir reuniones y asados y creer
así que por estar sentado al lado del potentado su status se ennoblece.
El pelotudo argentino que antes se aterrorizaba con Lanata ahora lo mira
como a uno del palo y le comenta a sus amigos “lo groso que estuvo el
gordo anoche”.
El pelotudo argentino es algo así como la condición necesaria para que
el país no salga adelante, es la materia prima de la dependencia. El
pelotudo argentino es la garantía que tienen las minorías poderosas de
que nunca habrá mayorías que se les planten y les digan “¡Basta!”.
Porque el pelotudo argentino defiende a los que lo empoman día tras día y
le hacen creer que es un ganador.
El pelotudo argentino se crió con las botas de la última dictadura y
luego terminó de formatearse en los noventa. Usó el Retiro Voluntario de
Menem para poner galletiterías, parripollos, pañaleras y maxikioscos o
“drugstores” que, como se sabe, no son un kiosquito cualquiera. No, son
casi, casi un súper pequeño, digamos, y sólo por razones de espacio,
porque en el barrio no había locales grandes disponibles... y sí, es un
pelotudo de pedigree, de los buenos, muy probablemente haya parido un
casalito de pelotuditos que ahora andan en los veintipico que ni te
cuento lo que son... ella estudia maestra jardinera y el varoncito
administración de empresas. El pobre pibe no sabe que en su puta vida va
a administrar empresa alguna, que las empresas las administran pura y
exclusivamente los dueños, pero su padre hace horas extras para que el
pelotudito de su hijo estudie cómo llevarle los papeles a los
empresarios el día de mañana pero, eso sí, creyendo que les administrará
algo.
Eso sí, es muy pagado de sí mismo, lo que se dice “un ganador” de esos
que abrevan en Sofovich, Rial y Baby Etchecopar, de esos que cuando la
Panamericana se abotona un domingo a las 20 se mandan por la banquina al
palo. Cuando salen a la mañana de su casa y desactivan la alarma del
Duna arqueando el labio inferior a la John Wayne y escuchan al robot
decir “X-28-de-sa-cti-va-do” sienten hasta una leve erección.
Y seguramente el pelotudo argentino haya votado a Macri, porque el tipo
quería un cambio, para poder volver a sentirse un ganador (según sus
parámetros de pelotudo).